Llegamos puntualmente a Tortosa y tras repostar en la famosa gasolinera (ya explicaré a su debido tiempo por qué lo de «famosa») situada frente al hotel, nos inscribimos, subimos la maleta a la habitación y bajamos al meeting point (el bar). Lo encontramos “tomado”. Menos mal que el encargado de estas cosas (Jordi) ya lo había organizado para que no faltase la famosa Beefeater- deliciosa ginebra de origen británico que tan estupendamente liga con la tónica schweppes, unos cubitos y el imprescindible chorrito de zumo de limón natural. Se trata de una fórmula secreta por lo que no entraré en detalles. Es una bebida refrescante, digestiva y que genera un agradable «buen rollo» entre sus consumidores cuando se reúnen, sin prisa, alrededor de una mesa.
Ya estaban allí los Armadá (Josep María y Maruja, más guapa que nunca), los Capgrossos (Ramón y Lluisa), los Carchano (Josep e Isabel), los Moya (Jordi y Àngels), a los que nos unimos tras saludar a los amigos y conocidos de otras salidas que organizaban los grupos- máximo cuatro coches- para el fin de semana.
De repente eché en falta la gratificante presencia de mi favorita (voy a llamarla G-10). La busqué en la habitación, en el garaje, por debajo de las mesas y, finalmente, me encaré con el sospechoso número uno: -«Jordi, ¿dónde la tienes, que has hecho con ella?». Lo negó todo poniendo cara de jugador de póker. Nadie le creyó, claro. Me la habría secuestrado como otras veces, pensé. Pero finalmente la encontré en Recepción, a saber que habría ido a hacer allí ella sola.
Llegada la hora de la cena compareció Albert y, con esa cara de palo que pone para gastar una broma, me dijo: «El que deba algo que vaya a pagar antes de entrar a cenar». Me descolocó un instante, pero recurrí a mi Copilota: «Paga lo que debes o no podremos entrar a cenar». Y mi copilota favorita (y única, que no tengo recambio o repuesto) pagó, recogió las dos camisetas y el cuadernillo con los datos históricos de la ruta. Y pasamos a cenar lo que había.
La cena fue espartana y muy «italiana», es decir a base de pasta. Transcurrió en relajada conversación y armonía. Tras el postre, Albert procedió a explicar la ruta del día siguiente y las dificultades que podríamos sufrir. Podríamos encontrar hielo, más que nieve, algo de barro y árboles caídos que, no encontramos.
Josep Carchano se ofreció a resolver el problema de los troncos caídos, nos mostró al día siguiente un hacha espeluznante, con la que posiblemente el famoso reyezuelo Wikingo Achastarazaux III conquistó en parte la pérfida Albión. De todas formas aseguró, y yo le creí, que por si acaso también contaba con una motosierra como la de «Sé lo que hiciste el último verano». No tendríamos problemas con los troncos caídos. Nuestro grupo saldría en tercer lugar pero como alguien dijo: -«Que más da el orden de salida, si con tantas paradas llegaremos los últimos, como siempre». Y es hay quien considera que detenerse a fotografiar un paisaje, un barranco, un pico majestuoso, o permitir que Jordi y Josep María desbeban… es una pérdida de tiempo.
Durante la cena Josep (de Industrias Carchano) nos puso al corriente de alguna de sus muchas aficiones o hobbys, desde el motociclismo de competición uno de sus hijos corre, o ha corrido, como profesional- hasta el pilotaje de aviones o la navegación a motor. Para estas dos últimas actividades cuenta con las correspondientes licencias de piloto y PER. Resulta apabullante escucharle contar con total sencillez y modestia- tantas aventuras, tantos viajes que le han llevado a visitar los cinco continentes (podría tomar nota Jordi Tobeñas que apenas sale de casa). Tras los consabidos cafés y un rato de charla en el bar fuimos desfilando hacia las habitaciones, cada quien con sus intenciones y necesidades, más o menos confesables. Todos quedamos en, a primera hora de la mañana, pasar por la gasolinera, al parecer ninguno habíamos llenado «totalmente» los depósitos por la tarde.
A las señoras les dio un acceso de risa tonta al escucharnos decir que había que volver a cargar gasolina sin haber hecho un kilómetro después de llenar. Hasta que algún gracioso sacó a colación la amabilidad y las buenas “vistas” de la encantadora gasolinera que nos atendió por la tarde, entonces dejaron de reír y se opusieron a que volviésemos a la gasolinera, sin ellas. ¡Cómo son estas chicas!
Puntualmente- no me lo puedo creer, Clara puntual de madrugadanos encontramos en el comedor y en un plis plas dimos cuenta del copioso y variado des- ayuno continental (Jordi consiguió un litro de café caliente para el «tente en pie» de las once). Salimos a la hora prevista no nos fue permitido despedirnos de la wapa gasolinera rumbo al primer WP. Dejamos la cabeza del grupo a Josep María, en parte para acelerar su aprendizaje (ya va siendo hora que se suelte un poco) y en parte como reconocimiento a su decisión de sustituir ¡por fin!, el viejo Winch por otro más potente y fiable.
El puesto más delicado se lo endosamos a Capgrossos y Lluisa: cuidar de la retaguardia, asistir a los que sufran averías, empujar a los que no puedan subir una rampa, rescatar a los que se atranquen en el hielo, sacar a los que patinen en el barro… el resto íbamos confortablemente en el centro del convoy, protegidos como niños de menor edad.
A las 08:30, salimos en dirección al Parque Natural dels Ports y Beceite. La primera impresión de la ruta es de lo más sugestiva, con la majestuosa imagen del Caró al frente.
Comenzamos a tener problemas con la emisora de José Ma, emite tal ruido que prácticamente no se oye, finalmente averigua que no está en la frecuencia adecuada, cambia a FM y desaparecen los ruidos (nos ahorramos la colecta que alguien propuso para regalarle una nueva).
Nos detenemos para hacer las primeras fotos, se trata del monumento a la cabra hispánica, que se encuentra en el acceso al Parque Natural. Nos retasa- mos Jordi y yo- únicos aficionados del grupo a la foto- grafía (bueno lo de Jordi fue más bien porque se venía fumando encima desde varios kilómetros atrás).
Intentamos subir al Caró, con sus casi 1.500 metros de altitud, pero lo que parece una capa inofensiva de nieve de pocos centímetros sobre la senda, comproba- mos que es una dura capa de hielo. José Ma sufre un ligero derrape sobre el hielo en una curva de más de 90o con subida pronunciada y un enorme barranco a su izquierda. Primer golpe de adrenalina, para él y para los que por detrás observamos lo complicado de la situación.
Logra a duras penas controlar la trayectoria del Toyota recuperando la tracción. Con mucha dificultad, da la vuelta a pesar de la falta de espacio y el problema añadido del hielo. Nos ase- gura que por delante la cosa está muy complicada. Ramón y Josep que han logrado pasar de la curva nos informan por la emisora que un poco más arriba las nubes no dejan ver nada, no vale la pena seguir. Así que damos la vuelta y seguimos las indicaciones casi Ruta d’Ebre – 19/02/210
exactas del rutómetro. En la casilla 12 del rutómetro el limitador del amortigua- dor derecho delantero de Jordi se rompe. Así nos enteramos de su secreto mejor guardado: ha colocado unos súper amortiguadores que serán la envidia de todos, pero la eslinga que hace de limitador no ha soportado la pri- mera media hora de ruta.
Esto provoca un poquito de pitorreo a cargo de los amortiguadores- por algo Jordi no quería publicarlo, sabe la poca formalidad de algunos- y, como un héroe de película, se tira sobre el hielo, el barro y el agua bajo la panza del Toyota para desmontar lo que queda del limitador.
Menos mal que para estas ocasiones llevo unos metros de plástico de burbuja que aíslan del frío, del hielo, y del barro. Me cuesta mucho convencerle para que ponga debajo el plástico y evite empaparse. Los héroes son así, no les arredran ni las difi- cultades, ni la climatología.
Continuamos camino de la Sénia y, siguiendo el curso del río Matarraña, lle- gamos hasta Beceite (o Beseit) nombre de origen árabe, posiblemente del reye- zuelo Abu Said que conquistó Zaragoza y Tortosa, de las que se proclamó Gobernador en el año 788 (también podría traducirse por «tierra de olivos»). Existen indicios en la comarca de la exis- tencia de pobladores 2.000 años A.C., aun- que las cerámicas encontradas se remontan al Neolítico, concretamente a la Edad del Bronce (tardía).
Efectuamos un pequeño vadeo, procurando salpicar a tope- son como niños- y esto nos abre el apetito- ya son las 11:00- y estamos en la casilla 19 del rutómetro. Encontramos un espacio junto a la carretera y apar- camos los cinco vehículos, en total desorden, con lo cual no hay forma de hacer una foto como Dios manda del grupo. Sacamos los avi- tuallamientos y probamos con gula manifiesta la mor- cilla de patata y cebolla de Angels- y nos tiramos como fieras famélicas sobre las viandas depo- sitadas sobre la mesa.
Damos buena cuenta de unas almejas de carril en su jugo del Cantábrico, varias bolsas de papas onduladas, chorizo del Almendralejo en sazón y otras delicias culinarias. Todo ello regado con tan sólo un par de botellas de Juvé Camps muy frío, aportadas por Josep e Isabel.
Manolo- mano derecha de Albert en esta expedición- pasaba por allí como por casualidad, olió lo que se estaba guisando y se detuvo a prestarnos ayuda. Se negó a tomar nada pero, finalmente, lo probó todo. Eso sí, se marchó enseguida, derrapando en la carre- tera, para que los demás grupos no le viesen confra- ternizando- copa de cava en mano- con el nuestro.
Tenemos mala fama con lo del aguardiente del Jerte y sólo se arriman para probarlo, luego salen corriendo. Por cierto, el señorito Jordi, que es importador nacional de esa exquisitez para Els Països… no trajo ni una botellita de prueba, así que en esta ocasión hubo que recurrir al alcohol de inyecciones de la botella de Cutty Shark, que tampoco está tan mal, para quitar- le el mal sabor al café de calcetín del hotel. Y ahí, en ese pequeño almuerzo perdimos ya varios pues- tos en la clasificación general. Lo sabíamos, no se puede parar a hacer fotos y menos a almorzar.
Tras el almuerzo- que no duró tanto como algunos dicen- continuamos por el camino de la Sénia y el valle del río Algar- cuyas aguas separan Aragón de Cataluña- en dirección a Arnes. La visita al pueblo es casi obligada para poder contemplar, y fotografiar, el edi- ficio del Ayuntamiento y el ábside recupera- do de la antigua iglesia (gótica), situada junto a la actual, cuyo origen se remonta al siglo XVIII, pero… el tiempo ya no nos per- mitía más detenciones. Circulamos durante un tramo de la ruta por la provincia de Teruel regresando de nuevo a la de Tarragona.
Pasamos por L’horta de Sant Joan, ya en la Comarca de Terra Alta, población que viene destacada en el rutómetro por la existencia de un museo dedicado a Picasso, pintor que recaló en dos ocasiones (1.898 y 1909) en el pueblo y dibujó más de doscientas obras entre cuadros y dibujos, inspirándo- se en la zona. En su homenaje se creó el Centro Picasso, sobre un antiguo hospital renacentista que data de 1.580.
La población se asienta sobre una loma de unos 600 m. de altitud, las casas se alinean de forma similar a de los pueblos blancos andaluces. Los pobladores de L’horta de Sant Joan exigieron en 1.296 regirse por el Fuero de Lleida abandonado los de Zaragoza. Nos saluda al frente el Monte de Santa Bárbara, que según el curso de la ruta nos va ofreciendo diferen- Ruta d’Ebre – 19/02/210 tes imágenes y apariencias en forma de un agudo cono, similar a los montes japoneses. La vista del monte desde Sant Joan nos ofrece un aspecto abso- lutamente diferente. Ramón y Lluisa comentan que lo han subido a pie, hasta la cima, en varias ocasiones. Seguimos por el Camí de Sant Joan y, al llegar a las cercanías de Bot- pequeño pueblo de origen Ibero en el que perviven rastros de los sistemas de regadio implantados por romanos y árabes- y en cuyas cerca- nías transcurre el río Canaletas.
Como es hora de comer y no hemos encontrado un lugar idóneo donde parar y hacer el pic nic, (el viento y el frío no lo permiten), decidimos buscar un restau- rante en ruta. Encontramos el hotel Can Josep, que no parecía especialmente atrayente desde la carretera pero, dejamos los vehículos bajo unos olivos, y decidi- mos entrar.
Nuestra sorpresa fue encontrar un lugar de una 5 exquisita limpieza, magníficamente decorado y el comedor con unas vistas impresionantes. Comemos como viajeros sin prisas, con mantel de hilo recién planchado. Tras la modesta pero más que suficiente comida mis compañeros de ruta me sorprenden, como siempre. Por presidir la mesa sin querer, fui el último en sentarme, me obligan a pagar la cuenta de todos. Acepté refunfuñando pero, eso sí, previamente exijo a cada uno el impuesto revolucionario, equivalente a lo comido y bebido por cada pareja. Luego invito yo, con
los dineros recaudados. Si no ando listo Jordi se me lleva la mitad de los euros con el pretexto de coger las vuel- tas. Menos mal que pude dis- traerle deján- dole tocar la G- 10 unos instan- tes, si es que se pone con ella como los adolescentes con su primera vez, muy ansioso.
Finalizada la comida continuamos hacia Prat del Compte, municipio de apenas 26 km2. asentado y poblado por los Templarios a partir de 1210, sobre una orografía agreste por la que transcurre la pista- plena de curvas sinuosas- que seguiremos. La estre- cha y complicada senda por la que circulábamos nos deparaba sorpresas: encontramos varias torres eléc- tricas caídas, y gruesos cables cruzados sobre el suelo, o colgando a baja altura. Pasamos sobre alguno, sorteamos a otros y, alguno, hubo que elevarlo con la rama de un chopo para que los vehículos pasaran.
no de los cables se trabó en el snorkel de José María- eso le pasa por subir cada seis meses la sus- pensión (Maruja solicita un ascensor para acceder al interior) y hubo que desengancharle con ayuda de unas ramas desgajadas, cualquiera se arriesgaba a tocarlos sin saber si por ellos circulan, o no, los habi- tuales 20.000 voltios que suelen transportar este tipo de conducciones eléctricas.
En la casilla 79 teníamos que cruzar una granja de pollos, Albert nos había insistido la noche anterior en que había pactado con el cabreado dueño de los pollos que nos permitiría el paso a condición de hacerlo len tamente, y sin estresarlos. Recientemente se suicida- ron tres mil de los cuatrocientos mil que tiene en la granja, a causa de unos vehículos que pasaron con las luces encendidas, los pollos vieron las luces y, tres mil de ellos, las siguieron desde un extremo al otro de la nave y, claro, los otros trescientos noventa y siete mil pollos les siguieron, y les pasaron por encima, les aplastaron. Murieron sin pena ni gloria, los tres mil pollos. Es fácil imaginar el cabreo del granjero de los pollos bobos.
Cuando llegamos a la entrada del camino que pasa por la granja, Manolo, como un sheriff de Wichita ciudad sin Ley, nos cerró el paso acariciando la culata del nacarado Colt 45, o sea el GPS última generación con disipadores térmicos niquelados. Al parecer, el puñe- tero granjero- hasta los güitos de asistir al entierro de miles de sus polluelos- se cerró en banda y se negó a cumplir lo pactado con Albert. No dejaría pasar a nadie. Manolo, mientras sonaba en la emisora «La muerte tenía un precio», nos pidió que siguiéramos en dirección a Tortosa.
Al salir a la carretera intentamos llegar a Tivenys. Aunque no llegaríamos a tiempo para entrar a visitar las cuevas de las maravillas, pero nos indicaba el GPS un distancia de 22 kilómetros de ida y otros tanto de vuelta, decidimos dar la vuelta y, por carretera, seguir hasta Tortosa. Ya estaba anochecido. Llegamos al hotel sobre las 18:00 horas.
Todos estuvimos de acuerdo en dejar a las copilotas en el bar del hotel e ir a cargar gasolina y lavar los coches, el barro permanecía pegado a la barra de la dirección, en las llantas y en los amortiguadores. Era necesario eliminarlo cuanto antes. Nuestro gozo en un pozo, la gaso- linera ya no estaba, la sustituía otra que, ante nuestro disgusto, nos ofreció una copa de vino viejo.
Se mostró cordial, simpática y servicial, como la del día anterior (¡cómo soportan el frío estas cria- turas!), les envío un saludo en el nombre de todos nosotros.
Nos dirigimos al lavadero, donde dejamos toneladas de barro endurecido y pusimos al descubierto una nueva colección de profundos surcos en la pintura, los túneles de rallado han funcionado correctamente.
Regresamos al hotel y cada uno fue a hacer sus cosas más perentorias y a poner a punto a su copilota, que también requieren de un mantenimiento, no sólo el vehículo. Nos reencontramos a la hora de la cena. Por cierto, ahora recuerdo que a Josep Carchano le debe- mos dos botellas de vino Marqués de Cáceres, reser- va especial, y a Ramón y Lluisa otra, que se adelanta- ron a pagar y, como somos unos rácanos, no logramos convencerles para que nos admitiesen la parte. La próxima salida no les permitiremos esas confianzas. Los gastos comunes del grupo se pagan a escote.
Tras la cena y durante el comentario de Albert le recordamos que los pactos con el de los pollos nos recordaban aquellos otros pactos de paso con los Albano-kosovares, que luego no se respetaban tampo- co. A lo que nos respondió que él es muy bueno nego- ciando y alcanzando acuerdos, incluso internacionales, pero si luego los paisanos de los pollos, o los albanos, no los respetan… se siente.
Finalizada la cena, tras escuchar las recomendaciones de Albert sobre qué hacer y qué no hacer en el Delta, las advertencias sobre posibles caídas a los canales, las arenas movedizas, lo de llegar o no al Faro, lo de… nos fuimos asustados al bar a tomar algún antídoto y, luego ya de madrugada, cuando nos tiraron del bar abriendo de par en par la puerta de la calle (-2oC a la sombra), nos fuimos tiritando a dormir de un tirón.
Baix Ebre.
La Comarca cuenta con dos Parques Naturales: Els Ports y Delta del Ebro, dotados de gran riqueza pai- sajística. Desde el paleolítico los sucesivos poblado- res de esta tierras han aprendido a luchar contra los elementos abruptos del medio y aprovechar la rique- za y fertilidad del Ebro.
El domingo salimos hacia el delta del Ebro, en direc- ción a Amposta, subiendo hacia el Castillo de la Suda- donde se encuentra el incomparable Castillo-Parador de Tortosa. Seguimos el camino del Perelló cruzando canales y campos de cultivo de arroz hasta llegar al Parque Natural del Delta. Nos dirigimos hasta el Faro, la arena está dura y se puede rodar perfectamente.
Al llegar al faro hay una pequeña duna cerca de la base y Josep Carchano, siguiendo el plan, se queda embarrancado «sin querer», así tenemos la ocasión adecuada para que Josep Ma compruebe que su nuevo Winch funciona. Se viven minutos de máxima tensión. Josep saca toneladas de arena con sus cuatro neumá- ticos girando enloquecidos y el motor roncando pode- roso, la panza se apoya blandamente sobre la arena casi sahariana, pero no se mueve un centímetro del sitio, se lo pone así de difícil a Armadá.
Pero éste, convencido de contar con el dispositivo adecuado, engancha su ligero cable de plasma a la tra- sera del Toyota LC 120, regresa contoneándose ufano, empuña el mando y, con un gesto de triunfo, pulsa el botón de recogida… Docenas de aplausos pre- mian el éxito inmediato.
Tras unos instantes de incertidumbre el cabrestante, que mantiene un homogéneo y silencioso ronroneo, comienza a recoger cable y arranca de la zanja exca- vada el pesado vehículo que, unos metros más allá, recupera su autonomía.
Tras felicitar a Armadá por su acertada elección, nos reunimos para las fotos de familia junto al faro, luego reanudamos la marcha hacia la Punta del Fangar.
Cruzamos en solitario mi copilota y yo un pequeño brazo de aguas poco profundas y cuando miramos atrás extrañados de que no nos sigan los más travie- sos nos aclaran por la emisora que ¡es agua salada! Tendremos que lavar los bajos cuanto antes o nos quedaremos sin juntas.
Al continuar la marcha encontramos un mirador de madera, lo escalo en un plis plas y, desde allí, tiro una fotos del paisaje y a los los coches del grupo que se dejan.
Seguimos en dirección a la Platja de la Bassa rodando paralelos al mar hasta llegar a Deltebre, donde toma- mos el transbordador La Cava que nos cruza el río hacia la otra orilla- Sant Jaume d’Enveja.
El Caronte que maneja el mini trasbordador mantiene el mismo gesto adusto de toda la vida, parece serio y ausente pero no es descortés, en absoluto. Como diría Jordi Tobeñas (nos hemos quedado para los siglos con esa frase) es “correcto”.
En el primer transbordador van Ramón/Lluisa y Josep/Isabel. En el siguiente el resto del grupo. Cuando llegan a la otra orilla por la emisora nos pre- guntan si montan la mesa de hacer las once (el refri- gerio) en el parking. Consentimos encantados. Cuando llegamos nosotros, ya está todo preparado. Nos come- mos la tortilla de Lluisa y alguna otra cosilla que miti- gan el hambre y descorchamos un buen Juvé Camp. Seguimos en dirección a la Isla de Buda y de ahí nos dirigimos hacia la Punta de la Banya siguiendo la línea del tendido eléctrico, tal como nos había indicado Albert.
¿Kamicaces?
Un grupo de vehículos, también de Territori, encabe- zado por una pic-up blanca, olvidando que estamos en un Parque Nacional y que no venimos a jugarnos la integridad física, circula a toda pastilla a nuestra izquierda, al otro lado de la pequeña duna que limita la ruta autorizada, intentando adelantarnos. En un punto en el que la duna, a nuestra izquierda, se corta momentáneamente, aprovecha la pic-up para cruzar hacia nuestra trazada, cruzándose delante de Ramón, que ha de frenar- muy difícil sobre arena, como todos sabemos- para evitar el impacto contra el vehículo agresor que intenta incorporarse a la senda- por delante de él- sin conseguirlo debido a los banda- zos que el vehíulo sufre. Finalmente se sale por la derecha y logra contralar su trayectoria sin volcar. También yo, que ruedo tras Ramón, reduzco con el cambio, sin tocar el freno, mientras observo los vai- venes del pic-up. Ha estado a punto de volcar y provo- car un accidente estúpido, injustificable. Decidimos informar a Albert, a la llegada al restau- rante, por si estiman conveniente en Territori, en sucesivas convocatorias, evitar este tipo de invitados que ponen en riesgo la seguridad propia y la de otros miembros del grupo. Abandonamos las arenas y nos dirigimos hacia San Carles de la Rápita donde está prevista la comida en el restaurante Ramón Marinés.
Antes de llegar al restaurante buscamos una estación de servicio con lavadero. La encontramos junto a la nacional 340. Josep Carchano sufre un accidente espectacular, al poner las monedas en el sistema de lavado la manguera salta por la presión y, la parte metálica de la lanza, le golpea en la cabeza producién- dole una fea herida. Afortunadamente es superficial y no afecta al ojo, cerca del cual se ha producido el impacto.
Sin más complicaciones regresamos al centro de la ciudad, localizamos el restaurante y nos sentamos, dispuestos a comer y salir por pies. Tenemos como poco tres horas de carretera hasta regresar a casa, 8 salvo que los embotellemientos del fin de semana nos retrasen. Mientras esperamos a que nos sirvan comentamos las vivencias de esta salida por las tie- rras del Ebro, mostrando todos nuestra satisfacción por los buenos ratos pasados.
Casa Ramón, el restaurante. La comida del último día, como ocurre a veces, termi- nó arruinando en parte el buen humor con el que fina- lizamos la salida. Estaba fijada para las 14:00 con un margen de 0:30 minutos para los rezagados. Estábamos todos sentados minutos antes de las 14:30, puntualidad poco frecuente.
La distribución del espacio en las mesas resultó tan agobiante como viajar en metro en hora punta. Al intentar sentarnos hubo que efectuar mil maniobras para colocar los codos sin molestar en exceso a los vecinos de silla. Apenas había espacio para vasos y platos. Sin embargo más de la mitad del local carecía de mesas y sillas, resultaba incongruente colocarnos como a anchoas prensadas cuando el centro del local permanecia vacío, como una pista de baile. ¿He dicho pista de baile?
Más tarde entendimos las razones; cuando compare- ció una señora de mayor edad, muy respetable tan sólo por ese detalle, que conectó unos amplificadores y un teclado y, micro en mano, trató de ganarse el modesto jornal como mujer-orquesta a base de gra- cietas del siglo pasado (muy de principios de siglo), forzando a quien se dejó forzar a dar unos pases de baile por el local para provocar la risa y el tímido aplauso de los comensales que así, quizás, olvidaban del tiempo transcurrido desde que les sirvieron el plato anterior.
La abuela de la kermés mantuvo sus arengas desde el micro pidiendo «un fort aplauidement» para cada per- sonaje que nombraba, o se inventaba y, curiosamente, algunos comensales aplaudían a rabiar. Por supuesto, el sonido de los amplificadores impedía la conversa- ción, al menos en la zona de la mesa en la que nos encontrábamos y, a más de uno, nos provocó una dolo- rosa migraña que nos hará recordar una comida que habría filmado encantado Buñuel y, cuyo guión, podría haber escrito don Kafka en una noche insomne. La comida se transformó en una incomprensible suce- sión de platos, servidos sin orden ni concierto, que se prolongaría durante tres interminables horas.
Finalmente, cuando sirvieron el famoso arroz con bogavante anunciado por la organización (que no había visto el bogavante ni en pintura)- eran casi las cinco de la tarde. Resultó ser un arroz caldoso, en el que bailaban tristes unas gambas aburridas, que hubimos de ingerir con tenedor. Sí con tenedor. Cuando nos entregaron las cucharas reclamadas a los camareros- incomprensiblemente no había cucharas en la mesa-, el caldo estaba ya frío.
Cuando parecía imposible superar el despiporre, la abuela de la kermés, la mujer orquesta, proclamó desde el poder de sus vatios que procedería de inme- diato a rifar un viaje a Mallorca a bordo de una col- choneta hinchable. Dicho y hecho compareció en la cabecera de la mesa, tendió un cacito de esparto y una tiras de papel con números- de aquellas que se usaban hace cien años en las tómbolas de los ferian- tes- y solicitó nuestra aportación para participar en el sorteo de «un viaje a Mallorca a bordo de la colcho- neta», colchoneta que no nos mostró pero que segura- mente existe.
Ante mi negativa a contribuir a tan extravagante evento con efectivo, decidió que, «como eres más wapo que el Richard Gere, te las regalo». Y dejó, rum- bosa, dos tiras de números que allí se quedaron, entre vasos y botellas: Me levanté y huí sin esperar ni al postre, ni al café, que imagino terminarían de ser- vir bien entrada la noche, ya me lo contarán los que aguantaron hasta el final, como unos héroes.
Nos despedimos de los amigos y conocidos (Gracias a Patricia, me alegró el día con sus afectuosos comen- Ruta d’Ebre – 19/02/210 9
tarios sobre el éxito visible de mi cirujano plástico que ha puesto mis cosas en el sitio adecuado, al pare- cer) y salimos por pies antes de que nos obligase el anciano camarero, o fundador, a sentarnos de nuevo y esperar una hora más para consumir un postre y los cafés de rigor.
Sale Albert a despedirnos y, en la escalera, me pide una copia de la crónica- si la escribo- lo que no tengo claro vaya a ocurrir. Me molesta crear expectativas y mucho más generar frustración, no siempre vamos a tener la fortuna de complacer a los lectores. Le digo que no sé, que ya veremos. ¡Cuanta responsabilidad!
Secuencia cronológica de la comida:
-14:30. Todos sentados.
-15:15. Comienzan a servir los entremeses.
-15:30. Sirven un calamar frito y mejillones.
-15:45. Vuelven a servir calamares, esta vez varios.
-16:15. Una croqueta.
-16:30. Sirven la pescadilla. Nos toca un camarero jubilado, y de pulso tembloroso que para ser vir apoya su codo derecho con toda confianza sobre la cabeza peinada, o calva, del, o de la comensal que le queda a ese lado. Nos desha ce la raya a todos y a ellas les obliga a acudir al peluquero con cierta urgencia. Refunfuña muy ofendido, y ofensivo, cuando le digo «no gracias» a la pescadilla que se muerde la cola. Igual me equivoco pero intuyo que debe ser el fundador de la empresa, o el abuelo materno del fundador.
-16:50. Vuelven a servir las croquetas que sobraron y, seguidamente, más pescadillas.
-16:55. Finalmente, a las 16:55- hora oficial Festina- aparece, como la tarta nupcial de la boda del Padrino I, el esperado y anunciado arroz con bogavante, sin cucharas.
Nos lo comemos con tenedor, total tampoco había ni una pata, ni un aroma de bogavante, tan sólo dos gambas flo tando desconsoladas en un caldo sin sustancia.